A veces, tener todos los datos del mundo solo sirve para confundirte más
En 2007, Joshua Bell —uno de los violinistas más famosos del planeta— tocó en una estación del metro de Washington.
Tenía un Stradivarius de 3,5 millones de dólares.
Tocó piezas de Bach durante 45 minutos.
Mil personas pasaron frente a él.
Solo siete se detuvieron.
Solo una lo reconoció.
La misma música que días antes había llenado un teatro con entradas a 300 dólares, ahora no la pescaron ni regalada.
Y obvio que no fue por mala ejecución. Fue porque nadie supo qué estaban escuchando.
Y esto, aunque no lo creas, podría estarle pasando a tu marca.
Tienes datos, tienes dashboards, tienes gráficas bonitas… pero igual sigues improvisando.
La mayoría de las marcas creen que si tienen data, están informadas.
Y si están informadas, entonces están tomando buenas decisiones.
Pero eso puede estar peligrosamente alejado de toda realidad.
Tener datos es como tener un mapa.
Pero sin un plan de uso de esos datos, es igual a tener el mapa sin saber siquiera dónde estás. Como recibir un menú en tailandés cuando solo hablas español… Ya se entendió, cierto?
Necesitas traducirlo, entenderlo, y casi siempre: interpretarlo.
Y esto, es algo que ocurre muy frecuentemente con muchos estudios de mercado. Un mar de datos, que te costó dinero, que se ve interesante, que lo miras convencido de su valor, pero que por no tener el acompañamiento necesario, cuando finalmente lo recibes no sabes cómo debes leerlo correctamente, y terminas adivinando.
Y a lo de siempre: tomas decisiones por “feeling”, porque el jefe o alguien del directorio lo pidió así, o porque «en la competencia así lo están haciendo».
El verdadero dolor: la parálisis disfrazada de productividad
Lo peor de tener datos mal interpretados (o no interpretados) no es solo que falles, sino que creas que lo estás haciendo increíble…
En cualquiera de los dos casos, solo te vas a dar cuenta más tarde.
Y ahí es cuando el asunto se puede poner peligroso. Porque eso cuesta plata:
– Sigues lanzando campañas, pero con una sensación rara por no tener claridad.
– Sigues midiendo sin saber en el fondo, qué, o para qué.
(¿Cuántos estudios tracking, se hacen solo «porque estaba en el presupuesto»?).
Esto puede generar un tipo de ansiedad profesional sutil, pero corrosiva:
Sentir que se trabaja todo el día, en decisiones que se sienten ajenas, sin sentido; como un tiro al aire.
El asunto es simple, y el mismo que suele asolar a muchas personas encargados de contratar estudios: no saber cómo traducir la información de su mercado en una dirección clara.
O al menos contar con alguien que te acompañe y te guíe.
Esto no es tu culpa. Pero es tu problema.
Nadie te entrenó para esto.
Te enseñaron a analizar KPIs, pero no a hacer que los KPIs te digan donde hay que ir.
Y mientras tanto:
– El equipo espera dirección.
– Tu jefe espera resultados.
– Tu presupuesto se achica (porque si gastaste solo por empuje, esa plata no vuelve).
– Tu incertidumbre aumenta.
Y ahí estás tú, mirando un dashboard como si fuera el violín de Bell. Hermoso, valioso… pero totalmente inútil si no sabes qué música hay que tocar.
La diferencia está en la interpretación.
La mayoría de los equipos de marketing están infoxicados.
Ahogados en reportes, gráficas, segmentaciones…
Y completamente huérfanos de dirección.
La clave no está en tener más datos.
Está en tener una narrativa clara que ordene esos datos y los convierta en estrategia.
– Saber qué mirar.
– Saber qué ignorar.
– Saber qué decisiones tomar con base en eso.
Porque si no puedes decir con seguridad:
“Con estos datos, tomamos esta decisión, por esta razón”
…entonces no estás informando. Simplemente estás decorando el PowerPoint (o el Canva, da igual) con gráficos bonitos para la próxima reunión.
Quieres control. Quieres foco. Quieres dejar de improvisar.
Lo que realmente duele no es perder plata (al menos no al principio). Es perder, o mejor dicho, el riesgo de perder autoridad.
Es esa sensación de que cada reunión puede alejarte un poco más del control. Porque hay cuestionamiento de las decisiones (y peor cuando no están plenamente justificadas), porque las expectativas internas comienzan a desbordarse, porque ves que llegar a las metas se empieza a poner color de hormiga…
Y ya lo sabes:
No son ni más datos, ni más Excel. Lo que se necesita es una estrategia que haga sentido, y tú necesitas liderarla sin estar dudando todo el tiempo si lo que haces sirve o no.
Que no te pase como al violinista.
Ya tienes los insumos. Tienes los datos.
Lo que necesitas es una forma de leerlos que te devuelva el control.
Que te permita mirar un gráfico y decir:
“la campaña no pegó por tal motivo, y la corrección será esta.”
Que te devuelva poder, foco y tranquilidad, gracias a un análisis útil, una planificación clara, y la historia coherente de tu marca.
No importa cuán caro sea tu violín, si ni tú mismo sabes qué estás tocando (o por qué), menos lo sabrá el resto, (y van a pasar de largo).
Asegúrate de poder interpretar, o que te guíen correctamente a interpretar, lo que los datos quieren decir.
Porque tú necesitas dejar de suponer, y empezar a decidir con confianza.
Con claridad.
Con estrategia.